La década de 1970 supuso cambios importantes para el comic en diferentes partes del mundo. Primero, las sociedades fueron cambiando rápidamente a raíz de los estallidos sociales de finales de los ´60, la censura se redujo mucho, y autores y publicaciones de corte underground demostraron que se podían abordar temáticas adultas y existenciales en las viñetas. Robert Crumb y un grupo de autores americanos fuera del mainstream crean Zap, una publicación que destacó sobre otras que buscaban romper todo tipo de esquemas. Eso sí, siempre publicaban historias cortas, autoconclusivas. Se dan experimentos tan notables como Binky Brown Meets the Holy Virgin Mary, de Justin Green, que en sus 44 páginas aborda una búsqueda personal a través de un relato autobiográfico.
Jean-Claude Forest, creador de Barbarella -un comic que tuvo incluso adaptación cinematográfica, pero que en el fondo es una obra bastante menor- publica diversos relatos en varias revistas, muchas veces dibujados por él mismo. Forest crea heroínas como Hypocrite o Cyanide, y también escribe historias dibujadas por otros artistas. Todo este material es más profundo, más complejo que Barbarella, pero aún no son novelas. En Italia, los experimentos gráficos de Guido Crepax con su personaje Neutron dan lugar a Valentina, una fotógrafa de Milán que vive aventuras surreales y eróticas, con unos guiones bastante imprecisos. Solo al final de la década, cuando aparecen publicaciones como Metal Hurlant, o se ha consagrado la italiana Linus, está dispuesto el caldo de cultivo necesario para la oficialización del concepto de novela gráfica.
Hay también experimentos fallidos como Sabre, de Don McGregor, que a pesar de contar con dibujos excelentes de Paul Gulacy, decae terriblemente en sus rebuscados y antinaturales diálogos para una historia de blaxploitation digna del olvido. Aunque hizo algún ruido en su publicación seriada, Sabre ha envejecido muy mal, ya que su falta de autenticidad quedó en evidencia. Caso similar al de The First Kingdom, de Jack Katz, autor que venía de dibujar en comics mainstream y que autopublica su ambicioso Primer Reino en 1974. The First Kingdom, lamentablemente, es una aparatosa saga post-apocalíptica que, también, cuenta con un dibujo valioso y un guion muy malo, lleno de interminables textos innecesarios que explican lo que vemos y diálogos simples y manidos para una historia extensa y aburrida a más no poder.
A Contract with God se publica en 1979, y se publicita como novela gráfica. No obstante, no es una novela: son tres relatos cortos, pero además, duele decirlo, es bastante mala. Y amerita hablar un poco de su autor, el increíble Will Eisner, quien entre los años ´40 y ´50 destacó notablemente con su personaje The Spirit, un luchador enmascarado que combatía el crimen fingiendo ser un fantasma, ayudado por el comisario Dolan, su hija Helen y su sidekick Ebony. Spirit se apartaba de los superhéroes porque contaba con un sentido del humor muy especial, muy neoyorquino, y porque Eisner le daba una elasticidad y un humor propios de los cortos animados de Chuck Jones, alejado de la solemnidad de Batman. Spirit estaba acompañado de sus amigos pero además de villanos divertidísimos y de femme fatales despampanantes.
Eisner abandonó el personaje para dedicarse por más de una década a dibujar, en su entrañable estilo, manuales para el ejército. Ya en los ´70, el editor Jim Warren, responsable de las revistas Creepy y Vampirella, lo trajo a la palestra de nuevo al crear la revista The Spirit Magazine, donde reeditaba los viejos comics de los ´50, junto a nuevas portadas, algunas coloreadas por el gran Richard Corben. Inspirado por este renacer, en esa revista Eisner publicó por entregas una obra que, a juicio de quien suscribe, es más profunda, más divertida y más novela gráfica que A Contract with God: Life on Another Planet.
Una señal emitida por el lejano y diminuto planeta Barnard es recibida en un observatorio de Nuevo México, lo cual será el detonante de una compleja intriga internacional en la que los intereses personales de diversos grupos serán más importantes que el destino de la humanidad. Jim Bludd, un científico devenido en espía, será acaso el único individuo que se dará cuenta de lo que tiene entre manos y tendrá la capacidad y la inteligencia para frenar la locura, pero tal vez lo consiga demasiado tarde, cuando la sangre de inocentes y culpables se haya derramado de forma inclemente a lo largo de 128 páginas. No nos referimos a una dramática novela con tintes políticos como las de Thomas Wolfe, ni a un drama humano de Norman Mailer, tampoco a una de esas visiones satíricas y terribles que son las películas de Robert Altman. Estamos hablando simplemente de un comic.
Teñida de esa dulce irrealidad que caracterizaba a aquellas geniales y bizarras historietas de la EC Comics de los años ´50 (Suspenstories, Tales From The Crypt), con una leve influencia gráfica de Harvey Kurtzman, pero asimismo absolutamente fiel a los códigos creados para The Spirit, es acaso Life On Another Planet (1978), la primera obra que merece el calificativo de novela gráfica, más aún que el volumen de relatos de A Contract With God que la mayoría de los entendidos reconocen. Life on Another Planet es una historia extensa y compleja, estructuralmente más cercana al concepto de novela literaria que los tres relatos de A Contract…, y además una obra consciente del tema que trata. No es una obra fácil de catalogar ni cuenta las aventuras de un personaje establecido como una franquicia, como lo fue Spirit. Todo lo cual, sumado a que es además una historia amena, inteligente, divertida y muy triste, hacen que sea un hito del comic.
Dividida en capítulos al estilo folletinesco, Life On Another Planet es una mezcla de géneros: ciencia ficción, espionaje, romance y sátira política. Pero su estilo desenfadado y jovial no es obstáculo para contar una historia trascendente (con tintes trágicos), en la que, por un lado, vemos cómo se desarrollan varios personajes de formas insospechadas: la femme fatale no es tan fatal, el matón tiene alma y los líderes del Primer Mundo son tan irresponsables como los presidentes de las repúblicas bananeras; y por el otro, se hace un análisis simbólico de los temores que asolaron a Norteamérica durante la segunda mitad del Siglo XX: la Guerra Fría, el asesinato de John F.Kennedy o la falta de escrúpulos de Richard Nixon. Se trata de una historia muy completa, tanto, que podemos afirmar que, en Life On Another Planet, los únicos ausentes son los extraterrestres.
Eisner fue un maestro que tuvo la complicada responsabilidad de darle a los comics un nuevo significado, desde el punto de vista teórico, como evidencian sus brillantes tratados Comics and Sequential Art y Graphic Storytelling. Acaso este peso se siente demasiado en The Building, Contract With God o Dropsie Avenue, obras todas meritorias, pero en las que se nota la necesidad de hacer un comic de tema serio que sea reconocido como tal, más que de contar una buena historia, y por tanto pecan de ser un tanto solemnes. No obstante, más allá de lo artístico, con sus novelas gráficas Eisner abrió un nuevo camino para las siguientes generaciones de autores de comic. Así que, mucho antes de que los geniales Howard Cruse o Art Spiegelman pudieran explayarse a placer en sus obras maestras, Stuck Rubber Baby o MAUS, el aparentemente juguetón Will Eisner, con Life On Another Planet, concilió lo que había creado en Spirit (que más que un comic de serie negra es una alegoría de la serie negra), con aquello que más adelante adquiriría el prestigio literario con el que cuentan varias obras escritas y dibujadas en la actualidad: las llamadas novelas gráficas contemporáneas.