Segunda entrega de esta colosal mega-nota que se propone rescatar 100 hitos de la centenaria historia de nuestra historieta. Autores, personajes, revistas y editoriales fundamentales, que dejaron su impronta en nuestra forma de leer y sentir la historieta, y también clásicos semi-ocultos, a los que los cambios en los gustos del público condenaron a un olvido injusto contra el que hoy combatimos desde esta humilde trinchera.

100 AÑOS DE HISTORIETA ARGENTINA – Parte 2

14/04/2012

| Por Staff de Comiqueando

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Segunda entrega de esta colosal mega-nota que se propone rescatar 100 hitos de la centenaria historia de nuestra historieta. Autores, personajes, revistas y editoriales fundamentales, que dejaron su impronta en nuestra forma de leer y sentir la historieta, y también clásicos semi-ocultos, a los que los cambios en los gustos del público condenaron a un olvido injusto contra el que hoy combatimos desde esta humilde trinchera.

ARTURO LANTERI

por José María Gutiérrez


Arturo Lanteri es, probablemente, el primer historietista argentino.

Esto no quiere decir que haya sido el primero en publicar una historieta en la Argentina, ni siquiera en ser el primer nativo en abordarla, en los staffs de inmigrantes mayormente españoles de esos albores del género. Para que se entienda: Lanteri recibió la historieta argentina en la forma arcaica del Sarrasqueta de Redondo, y la desarrolló hasta dejársela en la mano a Dante Quinterno para que haga su ruta hasta Don Fermín.

Comenzó a los 25 años publicando en el quincenario El Hogar (1916) “Las Aventuras del Negro Raúl”, una serie trabajada con las habituales didascalias que, escritas en verso, acusaban su inspiración sainetera. El Negro Raúl vivía sus desventuras en planchas autoconclusivas que ambientaba en paisajes urbanos claramente reconocibles, como el Parque Japonés, el Comité barrial, el paraíso del Colón, o el patio del conventillo, y pintaba críticamente costumbres y modos sociales de estricta actualidad, tal como lo hacía el Sarrasqueta de Redondo. Una de las notables diferencias con esa serie, es que aquí el protagonista no comentaba ni espectaba los temas y conflictos tratados en cada episodio, sino que los padecía en carne propia.


Al año siguiente Lanteri publicó las Aventuras de Filemón Tijereta, con una formulación similar, un dibujo aun más económico ayudado por la edición en colores que le permitía la Revista Popular (1917) e insistiendo en uno de los pocos ejes sobre los que se tematizaban las historietas de los inicios: la mishiadura del protagonista. Su siguiente obra data de 1922, cuando vuelve a El Hogar con “Las aventuras de don Pancho Talero”, una serie con historias autoconclusivas articuladas únicamente por medio de diálogos contenidos en globos, que seguía en algún modo la fórmula de Geo McManus y su Bringing Up Father, pero ambientada en nuestro país. Lanteri le puso carácter y personalidad propias y el impacto de la serie fue considerable: Pancho Talero se publicó durante 20 años, en los que el propio autor dirigió tres largometrajes inspirados en ella, y en los cuales se promocionaron los primeros productos de merchandising basados en un personaje de historieta argentina. Muñequitos y caretas de carnaval de Pancho se alternan en los avisos ilustrados por él y por doña Petrona, o artículos sobre las melenitas de moda ejemplificadas con su hija Mechita Talero.

Otras creaciones destacadas de Lanteri fueron “Moisés Papamovsky” (1924), con un inmigrante judío que trata de adaptarse a una sociedad excluyentemente goi; y Anacleto Bataraz, sobre un porteño piola que se va instalar entre sus parientes del campo, repleta de aspectos que serían inspiradores para los futuros personajes de Quinterno, quien asistía a Lanteri.

Como afirmábamos, Lanteri adoptó el lenguaje y sus recursos de la historieta norteamericana para crear algo propio, finalmente distinguido. El joven Dante Quinterno, aventajado discípulo que ya había absorbido la lección de dibujo de su primer maestro, el Mono Taborda, tomaría no ya a los norteamericanos de directo modelo sino a su destilado Lanteri y con ello quizás pueda decirse que se cimenta una especie de “escuela argentina” de la historieta. Tan poderosa aparece esa continuidad, que Quinterno consiguió a partir de su Sindicato erigir el imperio de la historieta que sin dudas Lanteri imaginó.

De éste sabemos que estudió e
n el Nacional Buenos Aires, que perteneció al Círculo de la Prensa, y que murió octogenario a comienzos de los ´70. Qué hizo en materia de historietas los últimos 30 años de su vida, aún es un misterio.

BOOGIE EL ACEITOSO

por Diego Accorsi


Un asesino a sueldo, racista, machista, facho, intolerante y cínico no podría nunca ser el protagonista de una historieta cómica… a no ser que el ácido y genial rosarino Roberto Fontanarrosa quisiera llevarlo a un extremo tan exagerado que se convirtiera en una parodia genial, una crítica cómica. Y por supuesto, el Negro lo logró con creces. A principios de la década del ’70, desde las páginas de la recordada revista Hortensia de Alberto Cognini, un Fontanarrosa de 28 años presentó Los Personajes Torturados del Cine Americano, y en ese momento hacía furor la película de Harry el Sucio. Así entra en escena Boogie el Aceitoso, un mercenario despiadado del que no se sabe nada más que su apodo y su talento para acabar con cualquiera que se le ponga adelante y lo mire con mala cara. Asesino para gobiernos o particulares, instructor de ejércitos, guardaespaldas, asesor armamentístico, cobrador de deudas, durante los veinte años que lo pudimos ver activo, Boogie siempre se las arregló para ejercer su violencia y vivir de ello. Sus gastos son principalmente más armas, prostitutas, bebidas alcohólicas e impermeables para reemplazar los que de vez en cuando, le agujerea una bala. Su relación con las mujeres es tormentosa, las atrae pero no lo entienden ni las entiende, las golpea, las escupe, las abandona -las descarta sería el término apropiado- y hasta alguna vez las liquida para terminar su relación.

El estilo del dibujo de Fontanarrosa va mutando a lo largo de estas décadas, de un crudo acercamiento a Pratt hacia una línea redondeada, más humorística, y Boogie va cambiando su aspecto con el correr de los años, aunque nunca pierde su cigarrillo, sus pecas o su mirada inescrutable y atemorizante. Este fabuloso personaje de la historieta argentina se paseó por revistas como Hortensia, varias de la editorial La Urraca (principalmente Humor), La Maga, Cóctel y tiene doce libros recopilatorios de Ediciones De la Flor, un poderoso Todo Boogie (1999) y se ha publicado en más de cinco países.

Si bien nunca mató a un Kennedy, Boogie participó en la guerra de Vietnam, con los Contras en Nicaragua y hasta en la Guerra del Golfo donde se lo vio por última vez.

DON NICOLA

por Andrés Accorsi


El personaje de Don Nicola, una creación de Héctor L. Torino, apareció por primera vez en la revista «!Aquí Está!» en 1937 bajo el nombre de «Conventillo 1937».

Narraba las historias de un italiano físicamente basado en el propio autor, dueño de un conventillo de La Boca, en Buenos Aires, que vivía sus aventuras junto a un nutrido grupo de coloridos personajes, alguno de los cuales llegaron a tener sus propias historietas: Pascualín, Barrabás, Pepinucho y Coliflor, etc. Don Nicola fue, lejos, el más popular y el primero en tener revista propia en 1961, cuando Torino lanza su propia editorial.

Cuando Don Nicola se convierte en protagonista excluyente, comienza a vivir (junto a laderos como el Maestro Esculapio, Agustín o Los Profesores) aventuras más ambiciosas, en las que Torino visita los tópicos de la fantasía, como los viajes al espacio exterior, al interior del cuerpo humano, a islas desiertas en los mares del Pacífico, etc. Obviamente, esta nueva dirección fue en detrimento de los elementos costumbristas que hacían de Conventillo una gran continuadora de la tradición del sainete porteño, tan difundido en el teatro.

Ya en los años ´70, la revista de Don Nicola pasa a publicarse en la editorial Cielosur (ya con poca participación de Torino en las historietas) y el conventillo desaparece por completo. De hecho, durante un tiempo, Don Nicola se hace millonario al ganarse el PRODE y sus aventuras comienzan a parecerse más a las de Isidoro que a las que creó Torino en aquellas míticas páginas (más de 1.000) de la revista ¡Aquí Está!.

A pesar de estos cambios de dirección, Don Nicola se mantuvo vigente durante más de 50 años, y durante buena parte de esas décadas gozó de una enorme popularidad, respaldada en la destacada labor de Héctor Torino, gran guionista, gran dibujante y dueño de un ojo único para detectar y retratar (con más cariño que intención satírica) los tics de aquellos inmigrantes que le pusieron color a la Buenos Aires de principios del Siglo XX.

EL ETERNAUTA II

por Mariano Chinelli


A mediados de 1976 y en plena dictadura militar, como antesala de la inminente publicación de su secuela, se reimprime la versión original de «El Eternauta» en fascículos quincenales. Al finalizar estas once entregas, en el mes de diciembre se publica el primer episodio de «El Eternauta – Segunda Parte» en las páginas del «Libro De Oro De Skorpio n°2». La historieta continuaría publicándose serializada entre los años 1977 y 1978, mensualmente, en la edición regular de la revista Skorpio.

Escrita por H. G. Oesterheld desde la clandestinidad -en ese entonces el escritor ya era perseguido por su militancia en Montoneros- y dibujada por Francisco Solano López, esta secuela resulta mucho más directa y controvertida que la original. Los nuevos ideales del guionista se plasman y trasladan a la historia que escribe desde quién sabe donde. Ya no hay lugar para sutiles metáforas: Oesterheld no es el mismo y Juan Salvo tampoco.

Como lo hiciera en otras ocasiones durante su carrera, Héctor pone su trabajo también al servicio de sus ideales y militancia, aunque quizás en este caso –probablemente por los momentos difíciles que atravesaba- no logró un equilibrio para que esta obra se destacara más allá de ser la continuación de aquella gran aventura original. En todo caso la historieta se destaca más por la capacidad de reflejar claramente el pensamiento y el sentir del guionista. Y eso no es poco.

A pesar de la innegable bajada de línea que tenía el relato, este logró evadir la censura de aquella época. Es así que su publicación ininterrumpida -incluso cuando Héctor ya había desaparecido- se convierte en prueba irrefutable de que a Oesterheld no lo secuestraron por el hecho de escribir esta historieta, tal como a veces se afirma erróneamente.

Esta secuela retoma el relato al final de la historia original, situando a Juan Salvo y al Guionista de Historietas -ahora ya presentado al público con el nombre de Germán- en una Buenos Aires post-apocalíptica del futuro. Los «Ellos» dominan la Tierra, cientos de personas serán sacrificadas y el futuro no parece nada prometedor.

LUCAS VARELA

por Amadeo Gandolfo


La primera vez que encontré a Lucas Varela fue en su (en colaboración con Roberto Barreiro) legendario fanzine Ka-Pop! Era rarísimo encontrarse en el comic argentino con un tipo que tenía ese sentido del diseño y esa versatilidad de líneas. Podía ir desde un trazo tembloroso lleno de pliegues y sombras hasta una línea gruesa y caricaturesca en donde los cuerpos siempre parecían estar reaccionando con estupor. Además el tipo te manejaba la página como quería, ya sea multiplicando los cuadritos en cantidades perfectas, asépticas e hilarantes o desplegando grandes imágenes de estallidos y acción, saltos a zeppelins en movimiento.

Con los años lo único que sucedió fue que esas impresiones se vieron confirmadas por el mundo a su alrededor. Los últimos seis o siete años han sido de consagración para Lucas Varela, por un lado con obras adultas y mugrosas como El Sindrome Guastavino, por otro con series cómicas de dudosa moral y malas (¡pero encantadoras!) enseñanzas como Paolo Pinocchio.

Al mismo tiempo pinta hermosos cuadros de niñas penetradas por gusanos rarísimos, diseña, hace historietas para niños (como casi todos los grandes dibujantes cómicos o satíricos argentinos de los ´90 para adelante) y su trazo, encima, solo ha crecido. Una página de Lucas Varela hoy por hoy es un micromundo de detalles. Los escritorios de sus personajes están repletos de papeles, lápices, tinteros, estatuitas, pequeños detalles personales. Sus casas siempre están llenas de basura, de pequeñas formas de vida que reptan en el costado de la página. El vómito de sus personajes contiene profundidades y elementos nunca vistos. En una página de Lucas Varela hay tantos detalles como para crear un mundo. Y eso es lo que hace que sus comics sean tan atrapantes y a la vez tan mortales: hay cientos de miles de formas en las que sus personajes pueden encontrar su fin.

MAFALDA

por Martín Casanova


Mafalda es, sin temor a exagerar, el personaje de historieta más famoso de la Argentina. No me vengan con Patoruzú, El Eternauta o El Loco Chávez. Junten a 100 personas al azar en una habitación, y todas tendrán en su casa un ejemplar de Mafalda.

El secreto de su éxito lo tiene su creador: Joaquín Salvador Lavado, alias Quino. Este historietista supo combinar la sensibilidad con humor ácido y crítica social. Extrañamente, Mafalda es un emblema del feminismo, aunque nació en la cabeza de un hombre. Pero su origen, en realidad, surge de un encargo de la empresa Agens Publicidad. En 1962 necesitaban una tira para promocionar a los electrodomésticos «Mansfield». La idea era que fuese publicidad encubierta. Quino andaba con ganas de hacer algo en el estilo de Peanuts, así que aceptó. Este prototipo de Mafalda fue tal y como lo conocemos, excepto por un hermano de su edad que luego desapareció. La campaña fue poco discreta, y los diarios la rechazaron. Recién en 1964, en la revista Primera Plana, comienza a publicarla, sin planchas ni batidoras para promocionar.

Con dos tiras semanales, el universo Mafalda empieza a crecer. Aparece su amigo Felipe, y en 1965, cuando la historieta se muda al popular diario El Mundo, llegan Manolito, Susanita y Miguelito. Para entender el fenómeno de esta serie, su primer libro recopilatorio, publicado en Navidad del ’66, se agota en dos días.

Cuando El Mundo cierra, el tiempo en la historieta sigue transcurriendo. El embarazo de Guille avanza y nace fuera de viñeta, justo para cuando se mudan al semanario Siete Días Ilustrados, en 1968, con cuatro tiras semanales. Dos años después debuta Libertad, y el 25 de junio de 1973, Quino decide cesar la publicación de Mafalda, alegando que se estaba repitiendo (pero con la creatividad muy en alto).

Como muestra de su éxito, la niña que odiaba la sopa tuvo dos adaptaciones animadas, una con diálogos (más pobre) y otra muda (bastante más efectiva). Además, sus recopilaciones, en diferentes formatos, tendieron siempre a agotarse, como fue el caso del tomo 1 de la Biblioteca de Historieta Clarín, el único ejemplar inconseguible.

Las páginas de Mafalda son un fiel reflejo de la clase media argentina. Aunque han pasado décadas, nunca perdieron vigencia. La policía sigue cargando el palito para abollar ideologías, a los hombres todavía se le mete un bikini en el ojo, e Inglaterra nos sigue invadiendo con su cultura y sus bandas pop. Lo que es más triste, el mundo continúa siendo un desastre, con su hambre, sus políticos y sus guerras… pero por suerte es un lugar que queda lejos, muy lejos.

MUÑOZ Y SAMPAYO

por Pablo Turnes


Hablar de Muñoz/Sampayo no es lo mismo que hablar de José Muñoz y Carlos Sampayo, así en singular. Esto parece una obviedad, pero debemos pensar lo primero como una fórmula autoral surgida en 1974, desde la aventura europea que ambos habían emprendido tratando de sacudirse su descontento existencial y profesional. Una fórmula que aún sigue activa, y que sólo se ha hecho mejor y más compleja con el paso del tiempo.

Sin duda Alack Sinner es la matriz de la obra conjunta –y derivados como Sophie y El Bar de Joe -, personaje que sigue colándose en otras historias cortas y en Billie Holiday. De aquel primer detective mezcla de Richard Burton y Charles Bronson –e inspirado por el Zero Galván de Precinto 56 que Muñoz había dibujado a principios de los ´60, con guiones de Ray Collins-, hasta Carlos Gardel hay un camino recorrido por Muñoz/Sampayo que ha transformado la historieta al mostrarnos sus posibilidades, su oscuridad y su belleza, su compromiso político e ideológico desde el entretenimiento. Entre-tenernos, nos dicen los autores, es tenernos entre nosotros, es sostenernos contándonos historias los unos a los otros.

El dilema entre la ocupación de una posición en la industria y la construcción de una propuesta ideológica, de un decir político, se ve revelada en una secuencia de Chispas (1976). Salido de vuelta a la calle, Alack se enfrenta a su reverso y antecesor: el Dick Tracy de Chester Gould. Así, entre la izquierda y la derecha; entre el rol del aventurero reemplazado por el policía y el detective conservador del sistema represivo; en esa encrucijada se mueven Alack y sus autores. El trazo de Hugo Pratt, el claroscuro de Breccia y la definición de Gould sobre su propia obra: “una reflexión sobre la muerte.” Pero también algo mejor, en las palabras de Muñoz: “(…) nosotros somos todos como productos de luces anteriores (…) como si fuéramos estrellitas que se van muriendo, unas detrás de las otras; pero que se van comunicando un poco las ganas de tener luz».

PEPE SÁNCHEZ

por Ariel Avilez


Hijo no tan bobo como parece de la Guerra Fría, el conocido espía rubio de legendaria torpeza no fue ni rubio ni espía en su primera aventura, “España y Pepe Sánchez”, pero sí igual de torpe, de Pepe y de Sánchez. A principios de los ’70, el guionista Robin Wood y el dibujante Carlos Vogt concibieron una de las tantas historietas unitarias en tono de comedia con las que rellenaban las páginas de Columba y, de paso, el estómago; al parecer, la idea era ridiculizar a un mozo, un tal Pepe Sánchez de carne y hueso conocido de Robin.

Pasaron poco más de cinco años hasta que los autores –ya afianzados como una dupla de oro por su excelente labor en “Mi Novia y Yo”- decidieron resucitar al personaje, darle un toque de Koleston y convertirlo en el agente secreto argentino por excelencia. Esta historieta resultó el plato fuerte de El Tony Supercolor nº 1 (Diciembre de 1975) y se convirtió en símbolo de esa revista durante más de veinte años.

Parodia de las películas y series de espías de la época al principio y velada crítica al siempre convulsionado panorama internacional después, Pepe Sánchez de un modo y Dennis Martin de otro, demuestran que es falso el supuesto divorcio de su creador con la realidad, sin olvidar, no obstante, que las revistas de Editorial Columba albergaban en sus páginas exclusivamente historietas de aventuras y de humor. Wood y Vogt eran de los tantos que cumplían sobradamente con la consigna principal –divertir- pero que sabían también cómo colar con elegancia aquello que les quemaba las tripas y que poco tenía que ver con la mala cena de la noche anterior.

Quedaron, en definitiva, poco más de doscientos veinte episodios cortos absolutamente hilarantes, tres tomos compilatorios de una mínima porción de ellos y un ícono de nuestra historieta con el que vale la pena reencontrarse cada tanto. Como para ver lo que es bueno, nomás.

REP

por Javier Hildebrandt


Resumir los más de 30 años de carrera de Miguel Repiso en la historieta (sin contar sus otros intereses como la ilustración, la pintura y hasta la radio) se asemeja a una tarea titánica. Sin embargo, entre su prolífica obra –con hitos como El recepcionista de arriba, Los Alfonsín, Joven argentino, Intimidades del excitante mundo del dibujo, La grandeza y la chiqueza, Bellas artes, Rep hizo los barrios, y un larguísimo etcétera- podemos encontrar dos trabajos que condensan gran parte de las preocupaciones y la evolución artística del autor: su página semanal para la revista Veintitrés y, sobre todo, la tira diaria que publica en la contratapa de Página/12 desde su primer número, allá por 1987.

Pensada originalmente para albergar a la pequeña Socorro y su militancia en el Movimiento Infantil, que termina por llevarla a ocupar una banca en la cámara de diputados, en pocos años la tira deja paso a las psicoanalizadas desventuras de Gaspar, el revolú y su familia, en un accidentado intento por sobrevivir a los traumas de la década del ’90. Pero no contento con esto, Rep vuelve a revolucionar el espacio y lo transforma en un campo de experimentación gráfica y temática, de ensayo y error, donde tienen cabida el comentario de actualidad, la poesía, la aventura serializada, “covers” de otras tiras, y hasta una convocatoria para la creación de un evento cultural (la reciente campaña por Artépolis).

Es probable que hasta ese momento nadie hubiese entrevisto el potencial creativo encerrado en esa pequeña franjita, ni planteado ese lugar con la libertad creativa que propone Rep, que puede variar su estructura y su registro gráfico, y prescindir del humor con total naturalidad. Por la tira desfilan los personajes que ya mencionamos, más otros de aparición esporádica (el Niño Azul, el murciélago Silver, los Mutiladitos, los libros que hablan, el Culpo) y algunos provenientes de otras historietas (el Caramonchón, el Zebra, y su fundamental serie Postales), todos juntos pero no revueltos, dirigidos por un autor que se revela como el verdadero personaje detrás de la puesta en escena.

Con los pies puestos en la historieta, pero atravesado también por el arte, la literatura y la política, Rep ha sabido volcar estas preocupaciones en sus páginas con notable talento. Acaso le quepa mejor que nadie el rótulo de columnista: alguien que transformó la tira en una columna horizontal.

TRIC Y TRAKE

por Hernán Ostuni


El 1 de Enero de 1939, debuta una nueva tira en el diario EL Mundo, llamada a convertirse en uno de los clásicos de nuestra historieta. Su autor, un dibujante que anhelaba convertise en un trotamundos como Chaplin, venía de Rosario y se llamaba Federico Norberto Daloisio (1912-1963). La tira, Tric y Trake, fue para algunos la versiòn vernàcula de Mutt y Jeff. Se trataba de un dío de personajes con una caracterología bien definida: Tric (el petiso) viste de negro y Trake (el alto) con sus pantalones a cuadros llama la atención del lector. Este recurso ya se había implemetado en muchas otras otras tiras, entre ellas Viruta y Chicharrón.

Las aventuras eran bastante simples: al carecer de profesión fija, estos personajes presentaban una gran versatilidad en sus historias: un día podían regentear un circo o al otro vender algún producto. Cómplice el lector, que se deja sorprender siempre con el remate final y disfruta de los fracasos reiterados (alternando con algun éxito) que estos simpáticos “trotamundos” proponían desde las páginas del periódico. Daloisio utilizó algunos recursos interesantes, como el de aparecer interactuando con sus personajes, algo que rescataría más adelante Ferro para utilizarlo en su máxima creación: Langostino.

La fama de estos personajes fue tan grande que se volvieron dichos populares. Para marcar las diferencias entre personas reales, se solía decir “parecen Tric y Trake”, en la Buenos Aires de aquellos dias. En 1954, Daloisio intenta la aventutra de la revista propia y como la bautiza con el nombre de sus entrañables criaturas. Lo secunda en la dirección Juan Carlos Moretti (que había dirigido Sátira en 1947) y la revista responde a los cánones de sus tiempo: humor escrito de la mano del propio Moretti (Bebe Cianuro) y Aldo Cammarota entre otros, combinado con aventuras de Tric y Trake más largas, en las que Daloisio da rienda suelta a su creatividad y crea nuevos personajes como Pegote, Ventolino ( donde recuerda a su Rosario natal), Metafierro, Profesor Galerini, o Pepe Lagoza. También publica historietas de Héctor Torino (Los Muchachos del Café), Liotta, y el uruguayo Umpiérrez (conocido por Cristóbal, su tira del diario La Razón. La publicación dura poco tiempo a pesar de la expectativa, y seis años después sería Ediciones Torino quien recuperaría a Tric y Trake, con revista propia integrada a su larga lista de publicaciones.

A la muerte de Daloisio, fue Anselmo Borello quien continuó con sus famosos personajes.

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