Cuarta entrega de esta mega-nota en la que junto a un prestigioso equipo de especialistas repasamos la centenaria historia de nuestra historieta para subrayar 100 hitos fundamentales. Hoy te ofrecemos otros 10 clásicos de siempre, para descubrir o re-descubrir.

100 AÑOS DE HISTORIETA ARGENTINA – Parte 4

13/06/2012

| Por Staff de Comiqueando

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Cuarta entrega de esta mega-nota en la que junto a un prestigioso equipo de especialistas repasamos la centenaria historia de nuestra historieta para subrayar 100 hitos fundamentales. Hoy te ofrecemos otros 10 clásicos de siempre, para descubrir o re-descubrir.

ALCATENA Y MAZZITELLI
por Diego Accorsi


Enrique ‘Quique’ Alcatena y Eduardo Mazzitelli son un tandem de artistas sobresalientes que han dejado su sello en la historia de la historieta argentina. Pocas veces se ha visto un dúo que se lleve tan bien, cuya obra refleje tanto las personalidades de los dos invoucrados en la faceta artística con un nivel tan alto. Durante los ’90s, en las páginas de la Skorpio, Quique y Eduardo coincidieron en su momento de explosión artística y amalgamaron sus místicas para generar grandes aventuras y una sólida amistad que se plasma en excelentes trabajos a lo largo de esos años. Desde fines de los ’80s, Eduardo escribía unitarios que dibujaban Dosse, Caliva, Canelo, Haupt, Müller, Del Castillo y otros asiduos artistas de Ediciones Récord, mientras Quique arranca con todo en 1987, de la mano de Ricardo Barreiro con series como La Fortaleza Móvil (desde el nº141), El mundo subterraneo (nº145), El Mago (nº150) y Ulrik el negro (nº156). La fantasía que desborda de los lápices de Quique pronto encuentra el cauce perfecto, cuando Mazzitelli presenta el guión de Las Pesadillas pensando en trabajar con Alcatena. La alquimia ve la luz entre la Skorpio 161 a la 164 con esta serie que marca un antes y un después en la historieta fantástica. Le sigue Dinastía Maldita (junio de 1990, nº168 al 173), co-escrita por Eduardo y Walter Slavich, para llegar al pináculo de este dúo fantástico con Travesía por el Laberinto (178-189). Alcatena pasa a dibujar series con Slavich y Barreiro (Kairak y El Mago 2, respectivamente) mientras Mazzitelli escribe series y unitarios para decenas de artistas. La Skorpio nº199 marca el retorno de la dupla con la serie El Rey Leon (hasta la nº202), seguida por otra obra cumbre del tándem: Acero Líquido (203-222) y otra con Slavich de invitado: El Asceta (223-226). Los amigos realizan tres historias unitarias para los últimos números de la revista (227, 228 y 230) y sus andanzas continúan por otros rumbos. Cabe aclarar que para la misma editorial, en la revista El Tajo, realizaron la demencial y maravillosa CaosComics, que continuaron en 1996 para la revista de la ACHA con el título de Esquizoopolis. Otra obra paralela a los trabajos de Récord es Metallum Terra para la Cóctel, a la altura de lo mejor de la dupla (recopilada recientemente en libro). En uno de los intentos de resurrección de la Skorpio, Quique y Eduardo publicaron El Principe del Espanto, pero el resto de su obra conjunta se mudó a Italia. De esa época pudimos leer en español Faustus a fines de los ’90s, y en los últimos años, gracias al grupo uruguayo Belerofonte, Nuggu y los 4 y Dioses y Demonios. Imperator es otra obra del dúo fantástico que nos llegó via Perú y entre las muchas series para los italianos, vale resaltar Hexmoor (2011), donde la fantasía desbordante de Quique y Eduardo vuelven a los altos picos de Travesía… y Acero Líquido. Alcatena y Mazzitelli son grandes que se agrandan cuando producen juntos y otro ejemplo de que cuando los artistas son amigos y colaboran entre sí, piensan en el otro, las historietas son mucho mejores. Doblemente gracias, maestros.

CABALLERO ROJO
por Fede Velasco


Creada por Toni Torres y Mariano Navarro en 1996, en las páginas de la Comiqueando clásica, esta historieta es producto ineludible de un momento histórico determinado. No podría haber surgido en otro contexto, ni ser publicada en otro lado. Todo su éxito y relevancia tiene que ver con eso: el momento histórico.
Los lectores de la Comicu por aquel entonces éramos en su mayoría miembros de la Generación Perfil y, por lo menos en mi caso, el Caballero fue el puente perfecto para pasar del comic de superhéroes a la historieta argentina. Digamos que tenía un lenguaje amigable para el lector de las Perfil, sin dejar de ser historieta producida en el país, en blanco y negro y anclada a algo 100 % argento como son los Titanes en el Ring. Y ahí estaba el segundo acierto de la obra: casi todos los pibes de esa epoca habiamos visto a los Titanes, en mayor o menor medida. Ahí me parece que publicar ese material en la Comiqueando fue una idea genial y no me sorprende que haya pegado tanto en los lectores que al poco tiempo tuvo su propio comic-book (otra cosa que hoy veo difícil de hacer prosperar).
El resto, es todo mérito de Toni y Navarrito, porque si bien las condiciones eran las óptimas, el producto podría haber terminado siendo una porquería, un más de lo mismo y no habernos cebado como lo hizo en su momento.
Es por todo esto que el Caballero es fundamental en la historieta argentina de los últimos años, porque supo ganarse el corazón de un montón de lectores de otra cosa, que de su mano le dieron una chance a otro montón de obras (en muchos casos infinitamente superiores) que de otra forma jamas habrian tocado. Que la serie -después de su paso por la Comicu- tuvo dos miniseries y 4 especiales en la misma editorial para después sacar tres numeros más por la editorial Samizdat, que hay un libro con material inédito publicado por Domus, así como dos más que recopilan los varios números de la época de Comiqueando Press, e incluso de qué va la historia, me parece anecdótico, ya que lo que de verdad importa es lo que dije arriba. Por todo eso, no puedo cerrar diciendo más que “gracias”.

CLEMENTE
por Javier Hildebrandt


El 7 de marzo de 1973, los lectores de Clarín se desayunaron -en la flamante página de tiras cómicas del matutino- con Bartolo, un conductor de tranvía (o “motorman de trangüei”) que recorre los barrios de la nostalgia porteña en su vehículo de una sola rueda, siempre con algún verso tanguero prendido de sus labios. Al día siguiente de su debut, el personaje presenta en sociedad a su mascota, una suerte de pájaro sin alas, flaco y de pico largo que, a falta de una definición zoológica apropiada, se bautiza como Clemente. Su creador, el recordado Carlos “Caloi” Loiseau, seguro no sospechaba que este hijo (reconocido) de las extrañas aves que poblaban los dibujos de Oski, se convertiría en uno de los personajes más icónicos y queridos de la historieta argentina.
A medida que avanza la historia, el carácter absurdo e impreciso de Clemente comienza a resultarle más atractivo a Caloi que la melancolía de Bartolo (amén de que le daba cada vez más trabajo dibujar el tranvía en cada viñeta), por lo que de a poco el personaje empieza a ganar más espacio, hasta convertirse en protagonista absoluto. Se van sumando así otros actores y situaciones que alimentan el universo de la tira: sus romances con la aristocrática Mimí y la inolvidable Mulatona, sus hijos Jacinto y Clementina, la tribuna de Clementes, el Clementosaurio, Alexis Dolínades y el hincha de Camerún, entre muchos otros. Conocemos también su fanatismo por Boca Juniors y las aceitunas, los pormenores de su nacimiento (de un huevo cuadrado en una incubadora desenchufada), y los traumas que resuelve con el “piscoanalista”.
Con el tiempo, Clemente va perdiendo sus rasgos de pájaro, se vuelve más adulto y canchero y comienza a incorporar a la tira comentarios de actualidad, en disonancia, no pocas veces, con la línea editorial del diario. Fuera de la historieta, en pleno Mundial de Fútbol del ’78 rivaliza con el locutor José María Muñoz y su campaña para prohibir que el público tire papelitos en las canchas, y protagoniza una inolvidable serie de cortos con muñecos emitidos por Canal 13 en la década del ’80.
Luego de una larga lucha con su enfermedad, Caloi nos dejó hace poco menos de un mes. Pero Clemente quedará para siempre en la historia y el corazón de sus lectores como representante indiscutido del humor, la idiosincrasia y la picardía porteñas.

COPI
por Laura Vazquez


Mucho es lo que se habla de Copi y poco lo que se sabe de él. Conocemos que es argentino, que vivió en Francia más de la mitad de su vida, que fue nieto de Natalio Botana (fundador y director de Crítica), que su tira gráfica La mujer sentada fue publicada en varios diarios franceses, que su obra teatral Eva Perón, fue objeto de un atentado terrorista en un teatro del under parasino, que en Una visita inoportuna, puso en escena su propia agonía como enfermo de SIDA y finalmente, que nació en Buenos Aires en 1939 y falleció en París en 1987. Y es claro que ninguno de estos datos alcanza para armar un itinerario complejo y personal del que se ha dicho poco todavía. Porque la bio calidoscópica de Copi es un rompecabezas que siempre es más que la suma de sus piezas.
Copi se llamaba Raúl Natalio Roque Damonte Taborda Botana y vivió buena parte de su adolescencia en Francia. Allí regresaría en 1962 tras haber publicado en Buenos Aires en la mítica revista Tía Vicenta, más tarde en 4 Patas y en el diario Resistencia Popular. Es también en Buenos Aires donde estrena su primera pieza teatral, Un ángel para la señora Lisca. Y ya durante la segunda mitad de los sesenta, triunfa en Francia como dibujante de cómics y se integra al grupo Pánico (junto a Jorge Lavelli), formando parte de la escena teatral parisina. Recién a finales de esa década, parte de su producción es traducida y editada en la Argentina. El efímero semanario La Hipotenusa, reedita hacia 1967 las famosas tiras gráficas que Copi había realizado para Le Nouvel Observateur.
La escasa difusión de su producción en la Argentina, llevó a que recién avanzada la década del´80, se abordara críticamente su obra cuando el escritor César Aira en 1988 dictó una serie de conferencias recopiladas años más tarde en el libro Copi (Beatriz Viterbo, Rosario, 1991) De las cinco novelas de Copi, con excepción de La vida es un tango, todas están escritas en francés. Lo mismo su pieza El uruguayo, sus dos colecciones de relatos y la casi totalidad de su producción dramática. El hecho de que su obra no sea accesible para el lector argentino resulta, por lo menos, una limitación crítica. Y difícilmente se pueda reconstruir su biografía cuando el único libro de historietas publicado (Los pollos no tienen silla, Jorge Álvarez, Buenos Aires, 1968) salió publicado hace más de cuarenta años. Así como su dibujo se queda en un decir incompleto, por ahora, su obra gráfica permanece en el subsuelo editorial. Como si Copi se siguiera “resistiendo” a ser argentino.

DAGO
por Ariel Avilez


Porque Dago es nuestro; porque es apenas un detalle que lo haya creado un genio nacido en Paraguay -equilibran la balanza sus dos dibujantes principales, los argentinísimos Alberto Salinas y Carlos Gómez, y todavía no pesa demasiado que cada tanto preste a la serie su habilísimo plumín el español Joan Mundet-. Porque no importa que se haya publicado aquí durante sólo diecisiete años y en Italia aún hoy, después de casi treinta, siga cosechando éxitos y aumentando su prestigio -acá salió primero, en 1981, dos años antes-. Porque a pesar de que hace más de una década en el país sabemos poco y nada del personaje -ya es papá, le queda un sólo enemigo, ya no la va de lúgubre por la vida y como que se anippuró- no somos pocos los que en cada relectura de episodios viejos todavía sufrimos con el quía cada vez que lo despedazan a latigazos o le matan un amigo o todos. Porque aunque nos toque imaginar esas historias jamás editadas en castellano en las que comparte protagonismo con Hernán Cortés o Francisco Pizarro, más nos cuesta imaginar que sean tan buenas como esas en las que se codea con Barbarroja o Francisco de Francia. Porque no tiene importancia que hoy Umberto Eco lo bendiga desde su púlpito semiótico -acá desde los ’80 ya lo tenían por bueno los obreros que leían la Nippur Magnum en el tren-. Porque es intrascendente que sea más barata y fácil de conseguir alguna vieja Lanciostory tana con Dago que uno de los tres tomos de la Colección Clásicos que le dedicó Editorial Columba -el primer libro se ha convertido en un incunable que no baja de los $ 400. Por esos motivos algo pavos, en los que se esconde -mal- algún poquitín de envidia pero mucho más sincero cariño por esa historieta de Robin Wood que roza la perfección, repito que Dago es nuestro y afirmo que con justicia tiene ganado un lugar preferencial en esta mesa virtual en la que se festejan los cien años de nuestra historieta. Salud!

DIEGO PARÉS
por Amadeo Gandolfo


Diego Parés es un monstruo. Es un animal, una bestia salvaje del plumín. Diego Parés te deglute un Crumb, un Walt Disney, un Peter Bagge, un Lino Palacio, un Landrú, un Drew Friedman y te escupe algo que puede ser asqueroso o increíblemente ácido o totalmente porno o encantador e infantil o todas esas cosas al mismo tiempo. Desde sus inicios a finales de los ´80, las historias (y siempre hay que imprimir la leyenda) cuentan de su avidez, de su capacidad estilística, de su anatomía precisa, tan precisa que distorsionarla es juego de niños. Tiene la cabeza de un niño quemado durante años consumiendo cultura pop inapropiada para su edad.
Parés es el fanzinero underground y también el caricaturista político y el ilustrador infantil y el actor y el dibujante maldito y el curioso reconstructor de la historia del comic en Argentina, como al pasar, y el genial “novelista gráfico” del último Sr. y Sra. Rispo. De hecho, es éste último libro el que me hace pensar que, quizás, su momento ha llegado: por momentos es una tira de prensa, por momentos un superalbum de los años ´70, por momentos una novela gráfica. Hace años que no leía algo tan genuinamente gracioso. Parés supera ampliamente el concepto de novelista gráfico, porque apela a algo profundamente popular y plástico, pero también es verdad que sólo la falsa dignidad de la categoría artística es capaz de hacerle justicia.
Imagino (no lo conozco) que él estaría totalmente en desacuerdo con todo esto y eso también es parte de su supremo encanto.

ENRIQUE RAPELA
por Andrés Accorsi


Enrique José Rapela nació en Mercedes (provincia de Buenos Aires) en 1911 y falleció en 1978 en la Capital Federal. Guionista, dibujante y editor, es sin dudas uno de los próceres olvidados de la historieta argentina.
Empezó a publicar en 1935 y su primera historieta importante aparece en 1939 en el diario La Razón: era Cirilo el audaz, casualmente la primera historieta protagonizada por un gaucho que se produce en el país. Ambientada en la época de Juan Manuel de Rosas, la serie de Cirilo el audaz se extendió hasta 1944 y llevó a este gaucho prófugo de la justicia a enrolarse en el ejército del Restaurador. Era una historieta sin globos de diálogo, con textos narrados en tercera persona al pie de cada viñeta.
Rapela siguió dibujando historietas para la editorial Columba (fue miembro del staff original de Intervalo), hasta que en 1957 pega un nuevo éxito, esta vez en las páginas de Patoruzito: El Huinca, una nueva serie gauchesca ambientada en la época de la Conquista del Desierto. Acá ya aparecen los globos de diálogo y dos elementos que volverán en futuras creaciones de Rapela: el fiel compañero del héroe (en este caso, Zenón) y la bajada de línea terriblemente facha y discriminatoria hacia los aborígenes, que aparecen retratados como malignos salvajes. También en el ´57 y con guiones de Guillermo Durán dibuja Hormiga Negra, otra serie gauchesca, en la revista Fantasía.
En 1964 debuta en el diario La Prensa con una tira diaria, otra vez con un gaucho como protagonista: Fabián Leyes, quien funcionará como una especie de clon de El Huinca, con igual ambientación, tramas casi idénticas, otro compañero inseparable y más frases de desprecio hacia los indios que las que lanzaba su antecesor de Patoruzito.
Los gauchos de Rapela fueron enormemente populares y en 1969, cuando el autor se asocia con otros colegas para fundar la editorial Cielosur, tanto El Huinca como Fabián Leyes pasan a encabezar sus propias revistas, que combinan material nuevo con reediciones de los clásicos, a veces retocados por asistentes. Cuando Rapela muere en 1978, deja inconcluso un episodio de Fabián Leyes que nadie se animó a continuar.
Dibujante sobrio y realista, será recordado por sus héroes de bombachas, facón y mate, sus historias de valentía y honor y su atroz xenofobia contra los pueblos originarios de nuestro país.

LEONARDO WADEL
por Gustavo Ferrari


Escritor, periodista y traductor, Leonardo Wadel es considerado uno de los primeros guionistas profesionales de la historia de la historieta argentina. En la década de 1940, cuando lo usual era que los dibujantes escribieran sus propios guiones, fue prácticamente el creador de la figura del escritor de historietas.
Sus trabajos más conocidos los realizó en la revista Patoruzito, de la Editorial Dante Quinterno, donde trabajó por más de 15 años y cuya dirección asumió a fines de la década de 1950. Entre sus obras más conocidas allí publicadas podemos citar A la Conquista de Jastinapur (con dibujos de Emilio Cortinas), Conjuración en Venecia (con arte de Jorge Pérez del Castillo), El Club de Aventureros (primero relato folletinesco y luego historieta ilustrada por Alberto Breccia) y numerosas adaptaciones de novelas que fueron dibujadas por Bruno Premiani. Pero quiso el destino que su obra de mayor relevancia, no fuera una creación propia. Iniciado por Mirco Repetto y Emilio Cortinas, Vito Nervio (del que ya hemos hablado en una nota anterior) tuvo su cumbre con la pluma de Wadel y los pinceles de Breccia, hasta llegar a convertirse en un verdadero clásico.
En los años ´50, también trabajó en la Editorial Codex donde publicó obras como Duval y Gordon (dibujada por Enrique Vieytes) y Las aventuras de Sabú (en colaboración con Carlos Roume). A fines de la década de 1960 dirigió las publicaciones gauchescas El Huinca y Fabián Leyes y, más tarde, cumplió la misma función en la revista TOP. Una de sus últimas actividades en el mundo de la historieta fue la sección “La Historieta y yo” de la revista Skorpio, ya entrados los años ´80, donde ofrecía artículos de análisis de historietas, biografías de autores y memorias personales de su larguísima trayectoria.
Cerremos este breve recuerdo con unas palabras del propio Wadel publicadas en el libro de Enrique Lipszyc, El Dibujo a través del Temperamento de 150 Famosos Artistas (1952): “Todos somos lectores de historietas. Porque la historieta es y no es cine, teatro, novela, radioteatro, historia, y porque comparte con tales expresiones artísticas algunos de sus más hermosos elementos y de sus menos visibles defectos; limados estos últimos en la historieta hasta tal grado que, prácticamente, desaparecen. Digamoslo, pues, y categóricamente: la historieta es un arte y una técnica y un mecanismo realmente nuevo, el último y el más discutido; el más directo y el más permanente; el que engloba todas las artes y es distinto, a la vez, de todas ellas”.

MACANUDO
por Martín Casanova


He tenido la inmensa fortuna de reseñar hitos de la Historieta Argentina que son incomparables. No hay otro Gaturro, ni hay otra Mafalda, y con total seguridad podemos afirmar que no existe otro Macanudo.
La génesis de esta tira la encontramos en Bonjour, su espacio semanal en el suplemento NO de Página/12 (¿sabías que primero se publicó en Comiqueando? No, ¿no?). Ahí ya vemos una constante: no hay un personaje fijo, y las viñetas pueden intentar apelar al humor, pero no siempre. Hay algo más, un intento de buscar una expresión artística, una respuesta emocional del lector.
Tras tres años de Bonjour (1999-2002), Maitena (sí, ESA Maitena) presenta en La Nación a Ricardo Siri (alias “Liniers”, en honor a su antepasado, héroe de la resistencia a las invasiones inglesas). Todo ese mundo absurdo, tierno y expresivo, reaparece con “Macanudo”. Mientras el país estallaba en una crisis, con corralito financiero, pesificación de ahorros, y el tenebroso riesgo país, Liniers intentaba un poco de escapismo desde la contratapa del Suplemento Espectáculos. Ahí se hicieron reconocidos la niña Enriqueta, con su gato Fellini y el oso de peluche (catatónico) Madariaga; Z-25, el robot sensible; los duendes; los pingüinos; la vaca cinéfila; Oliverio la aceituna; Olga; El Misterioso Hombre de Negro; y un sinfín de personajes.
El éxito estaba a la vuelta de la esquina. Es difícil medir algo que viene con el diario (difícilmente sus fans compren el matutino por él), pero cuando De la Flor decidió comenzar con los recopilatorios, Macanudo demostró ser un exitazo.
Ayudado por una creciente cantidad de fans en la platea femenina, estos libros comenzaron a agotarse y subsecuentemente se reeditaron constantemente (aún lo hacen). Probablemente por esto, Liniers decidió, desde el volumen 6, autoeditarse con su propia editorial, llamada Común. Para conmemorar este suceso, imprimió las tapas pero dejó un enorme espacio en blanco, donde dibujó cada uno de los 5 mil ejemplares (hoy, ejemplares de colección).
Además de los 8 recopilatorios que existen actualmente, podemos encontrar el monstruoso volumen llamado “Macanudo Universal”, de De La Flor (reúne los tomos 1 al 5, más material extra), y “Macanudismos”, de Larivière, que sirve de crónica para la retrospectiva -con el mismo nombre- que realizó Liniers en 2010.
Pero aún con el éxito de Macanudo, Liniers conservó esa simpleza (mezcla con timidez), que lo ha hecho tan carismático con el público. Es imposible no caer en el lugar común y decir que parte del éxito que ha conseguido este artista es porque es un tipo macanudo.

VIRUTA Y CHICHARRON
por Hernán Ostuni


¿Ser o no ser la primera historieta Argentina? Corría 1989 cuando, desde la páginas de AKFAK, un fanzine que haciamos con mi hermano de la vida y compañero de aventuras Fernando “Bicho” García, publicamos una nota de resacate sobre Viruta y Chicharrón, personajes estos aparecidos en las páginas de Caras y Caretas a partir del n°708, de abril de 1912. Al poco tiempo recibimos un comentario del Dr. Antonio Salomón, quien era el curador de la bienales de Córdoba, quien tenía referencia –aunque sin confirmar- de que los personajes eran en realidad creación del historietista estadounidense Geo McManus.
A partir de ese momento, tanto Fernando como yo buceamos por todos los archivos disponibles a nuestro alcance (en la era pre-Internet) y la investiigación dio sus frutos: en un libro y un catálogo que teníamos en nuestro poder estaban estos personajes en su versión original. Sus nombres verdaderos eran Spareribs & Gravy y habían aparecido unos meses antes a su publicación en Argentina en el San Francisco Call. ¿Cómo llegaron a las páginas de Caras y Caretas? Es un misterio, pero lo cierto es que el primer episodio aparecido en EEUU se serializó completo en la publicación argentina. Una vez finalizado este capítulo, la serie se realizó aca en el país –obviamente sin permisos- debido a la popularidad alcanzada por los personajes.
En cuanto a la autoría de la versión local, el mito señalaba al dibujante vernáculo Manuel Redondo, pero José María Gutierrez (investigador de la Biblioteca Nacional) buceando en los archivos no ha podido detectar ningun dato fidedigno al respecto, lo cual abre otro interrogante. Por ahora, sólo está constatado con certeza que a partir de 1915 la tira estuvo en manos de Juan Sanuy.
La historias se desarrollaron siempre planchas autoconclusivas excepto en la primera aventura y mostraban el contrapunto entre gordo Viruta y el flaco Chicharrón. El final preanunciado siempre terminaba en forma catastrófica y era Chicharrón quien ponía a salvo su dignidad con el remate final que los haría famosos: “llama a un automóvil” (“call a taxi”, en la versión norteamericana).
Más allá de las polémicas, aún si Viruta y Chicharrón no fue la primera historieta argentina, seguramente fue la primera serie realizada en el país con personajes fijos. La fama de estos personaje fue tal que tuvieron dos películas: Viruta y Chicharrón y Viruta y las Mujeres (ambas de 1915), aparecieron en varias publicidades (Cigarrilos 43 y Vermouth Carpano) y hasta protagonizaron varios tangos.

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