Ya estamos muy cerca de terminar esta recorrida por los 100 hitos de nuestra centenaria historieta. Una vez más, se mezclan nombres consagrados y otros injustamente olvidados. Personajes, revistas, autores y editoriales que hicieron grande a nuestro Noveno Arte y a los que hoy homenajeamos junto a una selección de destacados especialistas.

100 AÑOS DE HISTORIETA ARGENTINA – Parte 9

30/11/2012

| Por Staff de Comiqueando

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Ya estamos muy cerca de terminar esta recorrida por los 100 hitos de nuestra centenaria historieta. Una vez más, se mezclan nombres consagrados y otros injustamente olvidados. Personajes, revistas, autores y editoriales que hicieron grande a nuestro Noveno Arte y a los que hoy homenajeamos junto a una selección de destacados especialistas.

ADOLFO MAZZONE
por Amadeo Gandolfo


Mazzone contó una vez, en la revista Dibujantes, que las herramientas que utilizaba para la construcción de automóviles Chrysler le habían modificado tanto el pulso que tenía una línea temblequeante y que su estilo debía adaptarse a la misma. Y, como todo buen origen secreto, hay algo eminentemente verosímil en todo ello. Porque Mazzone siempre se solazó en la deformidad (cosa que es cierta de todos los caricaturistas, por supuesto, pero especialmente cierta en su caso). Ese Capicúa (niño con infinita buena suerte, amante del queso) con los dientes prominentes y el gorrito ridículo con una seudo antena, ese Afanancio (cleptómano bueno) que tiene por cachetes lo que se parece muy sospechosamente a un trasero humano, ese Piantadino (preso escurridizo) sin boca y con su remera de presidiario siempre gigante cual camisón.

Mazzone, además, es uno de esos honestos trabajadores cuyo nombre ha quedado tan asociado con la era dorada del humor gráfico argentino que por momentos parece pronto a ser olvidado como ella. Comenzó su carrera en las hordas de Patoruzú, bajo la dirección de Dante Quinterno, lugar donde creó a Capicúa, su primer personaje importante. En 1941 crea a Piantadino para el diario El Mundo. Luego, se lleva a sus personajes a Rico Tipo, hogar de Divito, el otro gran exiliado de Patoruzú. A todo esto se agrega una confesada adoración por Lino Palacio, para completar su formación bajo una tríada rutilante del dibujo humorístico argentino. Como tales, sus personajes, en general, se caracterizan por un rasgo saliente, «una gracia», muchas veces ya evidente desde su nombre (que Mazzone gustaba de bautizar con palabras del lunfardo) repetido en cada tira, de donde procede el chiste

Mazzone vio a Piantadino en el cine, en una película de 1950 protagonizada por Pepe Iglesias. También llegó a fundar su propio proto-imperio comercial, con revistas para Afanancio, Piantadino y Capicúa, todas en tradicional formato apaisado. Con un carácter que siempre prefirió el bajo perfil y el trabajo desde su hogar, en una época en la cual los grandes estudios dirigidos por una figura señera todavía eran la norma, Mazzone continuó dibujando y publicando sus personajes hasta bien entrados los´70, momento en el cual comenzarán a desaparecer lentamente. De ahí en más sería apenas un recuerdo difuso. Sin embargo, es interesante observar su trayectoria (de obrero manual a propietario de un personaje con película propia) y descubrir que en otros tiempos, la industria de la historieta argentina llegaba a alturas hoy inimaginables.

CABO SAVINO
por Andrés Accorsi


Al principio el Cabo fue Sabino, con b larga. Y debutó en una tira diaria, en el diario La Razón del 1/ 4/ 1954. Siempre con Carlos Casalla como dibujante, Gustavo Solanas fue el primero de una larga lista de guionistas entre los que se destaca Julio Alvarez Cao por sobre otros nombres importantes como Carlos Albiac, Jorge Morhain, Mariano Villegas y Cacho Varela (seudónimo de Eugenio Mandrini).

El éxito de Sabino en La Razón fue inmediato y poco tiempo después el personaje se mudaba al diario Democracia y a la editorial Láinez, para convertirse en estrella de la revista Puño Fuerte. En 1957, Casalla se lleva su personaje a la editorial Columba y ahí la «b» se convierte en «v». El milico fortinero se quedará en la editorial de la palomita (que llegará a darle revista propia durante un breve período de los años ´70) con nuevas aventuras hasta 1994. Desde entonces, «el Chingolo» Casalla (que hoy ostenta 87 magníficos años) continúa la saga de Savino a modo de tira diaria el en diario Río Negro. Así es como El Cabo Savino ostenta el record de ser la serie más longeva de la historieta argentina, la que lleva más años publicándose de modo ininterrumpido y a cargo de un mismo autor.

También en 2003 Casalla reescribió y redibujó un puñado de episodios clásicos para convertirlos en una novela gráfica: la excelente Buen Momento Para Viajar, editada primero por Caleuche y más tarde por La Duendes.

La serie está ambientada en la pampa de fines del Siglo XIX, cuando las milicias lideradas por el General Roca emprenden «la Campaña del Desierto» contra los aborígenes del centro y sur de nuestro país. Savino estará claramente del bando de los cristianos (que representan la civilización, frente a la indiada que aparece retratada como bastión de la barbarie), pero como es esencialmente noble y justo, esto no le impedirá sentir indignación y a veces compasión frente a los crímenes y los excesos que los militares cometerán contra los indígenas. Mientras nosotros debatimos si Roca fue un prócer o un genocida, el Cabo Savino sigue cabalgando por pampas repletas de coraje y emoción.

FIERRO
por Laura Vazquez Hutnik


La revista Fierro, de aparición mensual, se editó entre septiembre de 1984 y diciembre de 1992, alcanzando un total de 100 números a lo largo de su historia. El primer número contaba con el siguiente staff: Andrés Cascioli (Director), Juan Sasturain (Jefe de Redacción), Juan Manuel Lima (Diseño). La primera época corresponde al período en el que Sasturain se desempeñó como Jefe de Redacción (1984 -1987) En la segunda etapa, Marcelo Figueras ocupa ese puesto y en una tercera, la dirección queda a cargo de Pablo de Santis. El primer número de Fierro salió a la venta nueve meses después del retorno a la democracia al país. El subtítulo de Fierro «historietas para sobrevivientes» encierra una paradoja explícita: ¿se dirige a los vivos o los muertos de la historia reciente argentina? ¿sobrevivientes políticos o sobrevivientes del mercado? ¿militantes o lectores?. La revista incluía historietas continuadas (series), historietas unitarias, secciones y columnas dedicadas a la divulgación del medio, entrevistas a autores (nacionales y extranjeros), cartas de lectores, notas editoriales, concursos y un suplemento especial con creaciones de historietistas amateurs. La publicación comprendía 74 páginas, con tapa color y en su interior, en general, historietas en blanco y negro.

La estrategia discursiva es presentarse como una publicación que articula dos dimensiones temporales (el pasado y el presente histórico) y permite construir, al mismo tiempo, un vínculo no conflictivo entre tradición y experimentación, arte y mercado. De esta manera, busca legitimar su existencia a partir de una posición abarcativa de múltiples necesidades y gustos, pero también sugiere una propuesta de amalgama entre los profesionales provenientes del humor gráfico y aquellos cercanos a la historieta seria o realista. Las editoriales del primer año insisten en la existencia de una «comunidad de lectores» traducida como «comunidad nacional». Ello queda en evidencia cada vez que se apela a conceptos como: «A nadie le gusta toda la revista», «Fierro es de sus lectores», «no es fácil ponerse de acuerdo». De allí que convivan estéticas diferentes dando espacio a trabajos disímiles entre sí.

Un espacio clave fue el «Subtemento Óxido», un insert especial dedicado a «los nuevos talentos» y que comenzó a editarse a partir del segundo número: «se abren las puertas del sótano de Fierro y dan la cara los creadores subterráneos», se resaltaba en la presentación de la sección. Al mismo tiempo, se aludía a la apertura general de la revista traducida como virtud democrática y pluralista: «un mundo donde caben todos los mundos del mundo». (Fierro, N° 2, octubre de 1984) El título «Subtemento Óxido» es simbólico: el óxido es el material que corroe el fierro, en otros términos, es lo marginal, la producción underground no profesional y experimental.

EL LOCO CHÁVEZ
por Hernán Martignone


Una de las mejores tiras diarias de la historieta argentina se publicó en la contratapa del diario Clarín de 1973 a 1987. El Loco Chávez, de Carlos Trillo (guión) y Horacio Altuna (dibujos), fue uno de los pilares de la argentinización de la contratapa de ese diario junto a Clemente, Diógenes y el Linyera, Teodoro y Cía., etc. Durante los primeros tres años, la tira cuenta las aventuras del Loco como corresponsal en Europa, y luego el periodista mujeriego, siempre amigo de sus amigos, se afinca en Buenos Aires a principios de 1976 (sus andanzas en Londres y París y las primeras correrías en la Argentina fueron recopiladas en libro, en 1978, por Ediciones Record).

La dupla creativa se entiende a la perfección (nos brindará también esa otra genialidad que fue Las puertitas del señor López), y los coloquiales y perfectos diálogos de Trillo se corresponden idealmente con el dibujo realista, detallado y muchas veces juguetón del impecable Altuna, que nos presenta una (aggiornada) Buenos Aires digna del Solano López de El Eternauta. Trillo mete de todo en las historias del Loco: política, conflictos de pareja, debates filosóficos, comedia de enredos, nostalgia, citas literarias, desazón, amistades a la argentina, personajes secundarios o pasajeros notables y profundos, mujeres infartantes. Y esas mujeres serán otro de los puntos altísimos e inolvidables de Altuna, cuyo logro superior será la inefable Pampita, el gran amor del Loco. No es casual que dos recopilaciones de 2008 y 2009 («Las minas del Loco») tengan como centro a dos de las «históricas»: Gato y la propia Pampita. Sorprenden además (o quizás no tanto pensando en la calidad de ambos autores) los juegos constantes con los recursos «metahistorietísticos» y la puesta en cuadrito o en «tira» dentro de una historieta de corte realista y costumbrista. Otra de las recopilaciones, en la Biblioteca Clarín de la Historieta 3, rescata el final de la historia, difícil de leer sin emocionarse.

LÚPIN
por Amadeo Gandolfo


La revista Lúpin consiste una especie de extraña bisagra (y última expresión) entre una época dorada para la historieta infantil y el humor costumbrista e inocente que había triunfado en los años ´40 y ´50 y una época donde el mismo se vería reducido a su aparición en revistas y diarios de tirada masiva, perdiendo una expresión autónoma en los kioscos.

Fue fundada en 1966 por Guillermo Guerrero (el padre de la criatura del título), Héctor Sidoli y Guillermo Divito y bautizada con una castellanización de la maniobra de «looping» o dar vueltas en el aire, uno de esos gestos totalmente modernos y elegantes que solían tener los dibujantes argentinos de humor de aquella época. La muerte de Divito en 1969 dejaría solos a Guerrero y Sidoli, quienes la capitanearían por casi cuatro décadas.

La revista rápidamente quedó impregnada en los imaginarios de los niños argentinos tanto por sus personajes que siempre valoraban el juego limpio y la vida sana, al aire libre, como por sus modelos para cortar sobre madera balsa y hacer volar «100% garantizados» (una tarea que con mi padre siempre pospusimos y, finalmente, nunca realizamos), una especie de reverso del volar, viajar y ejercitarse que proponía la revista como filosofía, pero adentro de la casa, con pinzas, pinceles y silencio, en una tarea que ejercitaba lo manual y lo intelectual a la vez.

Los personajes más reconocidos de la revista siempre fueron su héroe homónimo de nariz ganchuda, una caricatura de su creador inspirada (dicen) en como lo dibujaba Abel Ianiro. De Héctor Sidoli, sin lugar a dudas, «Resorte, el ayudante del profe», un gordito con anteojos cuyos habituales errores debían ser subsanados por el profe del título. Pero además en sus páginas habitaban «Bicho y Gordi» (de Tito Sol), dos «muchachos de la nueva ola», que en 1966 representaban la novedad pero con el paso de los años devinieron anacronismo y Purapinta, de Abel Ianiro, el falso guapo porteño que siempre se acobarda.

La revista sobreviviría a la continua extinción del mercado editorial argentino de historietas, a diversos gobiernos y a varias generaciones de jóvenes, que la comprarían cada vez menos a medida que su humor se volviese más anticuado. La muerte de Sidoli a finales del 2006 (el último día, de hecho) generó problemas legales que obligaron a cerrar la revista en su número 499. Guerrero continuó dos años más con una versión solo con sus personajes llamada «Pinlu». En el 2009 su fallecimiento le pondría fin. Y con ella terminaba el último bastión de una manera de ver a la infancia en Argentina: técnica, minuciosa, entregada a las actividades manuales, la energía productiva del desarrollo futuro. Una idea que, si se la piensa bien, no está muy alejada de los kits de onda corta y los trajes aislantes de una famosa historieta de aventuras y ciencia ficción publicada en nuestro país.

NESTOR GONZALEZ FOSSAT
por Andrés Accorsi


Mayoritariamente desconocido por los lectores de hoy, Néstor René González Fossat (1908-1989) fue uno de los autores más prolíficos y exitosos de las primeras décadas de nuestra historieta. Empezó a publicar profesionalmente con sólo 16 años, en 1924, cuando en la revista Páginas de Columba creó a Jimmy y su Pupilo, una historieta de temática deportiva (la primera surgida en nuestro país) que satirizaba al mundo de los boxeadores y en especial al campeón de peso pesado, Luis Angel Firpo, que por aquel entonces causaba furor. A partir de ese éxito, González Fossat multiplicó exponencialmente su producción, a veces firmada con pseudónimos como Candil, Neré, Cimarrón, Tornés o Carbónico.
Otras series importantes surgidas de su pluma fueron Las Conquistas de Don Aniceto (también iniciada en 1924), Firulete y Retacón (también de 1924, pero para la revista Mundo Argentino), Aventuras de Pepita y Cebollita y Azucena (ambas de 1925), Las Aventuras de Pepinito y su Novia (1929), El Vasco Anchoa (década del ´30, en la mítica revista Leoplán), el gaucho Virola, el Mago Yu-Yi-To (ambos de la década del ´40) y una de las más famosas: Aventuras de Nenucho (1928), tal vez la primera historieta argentina con protagonista infantil (aunque MUY zarpado). Poco antes de retirarse, en la década del ´50, creó a Vagonio, protagonista de una tira en el diario La Razón que hacía lo imposible por no trabajar.
Durante la década del ´20, González Fossat fue una máquina de producir historietas. También hacía ilustración, caricatura y humor gráfico. Era, además, uno de los autores más modernos que tenía la incipiente historieta nacional, muy a tono con lo más avanzado que se estaba generando al mismo tiempo en EEUU y Europa. Muchas de sus creaciones más antiguas hoy se ven actuales, como si no hubiesen pasado casi 90 años desde que aquel «purrete» las dibujó. Después perdió gradualmente el entusiasmo y pasó sus últimas décadas de vida totalmente alejado del medio en el que se consagró (y al que tanto le aportó) en sus años mozos.

PANCHO LOPEZ
por Gustavo Ferrari


Iniciada en Septiembre de 1957, Pancho López fue una revista de gran calidad pero de corta duración. Sin embargo, los 19 números editados bastaron para transformar a la serie que daba nombre a la publicación en una de las mejores obras dibujadas por Alberto Breccia.

Basada en la letra de una conocida ranchera mexicana y escrita por Abel Santa Cruz (con el pseudónimo de Lépido Frías), la serie presenta a Pancho López, niño héroe de la ciudad de Chapango, en sus luchas contra el Caporal Herminio y sus secuaces. Armado con revólver y balero y siempre acompañado por su fiel mula Chihuahua, el protagonista de la serie vive mil y una aventuras de las que siempre sale airoso gracias a su particular carácter e ingenio. «Chiquito pero matón» era el estribillo de la famosa canción y el leit motiv de la serie.

Alberto Breccia deslumbra con sus dibujos de corte humorístico, combinando la simpleza del trazo con una preocupación por el decorado de las escenas, los juegos de luces y sombras, encuadres novedosos y ciertos efectos de volumen logrados con el uso de tramas. Antes y después de esta obra, el dibujante realizó también historietas de tono humorístico. Uno de sus primeros trabajos de importancia fue Mariquita Terremoto, niña terrible que deleitó con sus maldades a los lectores de la revista Espinaca en 1941. En ese caso, como en casi todas sus obras iniciales, Breccia se hacía cargo de todo: guiones, dibujos, letras y colores. El otro personaje que podemos destacar es Monolo, realizado en 1965 para la Editorial Dayca, con guiones de Oesterheld.

La revista Pancho López tuvo además otras historietas destacables. Se publicaron obras extranjeras como Li’l Abner de Al Capp y El Santo de Leslie Charteris y John Spranger. En cuanto al material original argentino, Oesterheld estuvo presente (aunque con los pseudónimos de Gilbert y J. Lerena) con dos series: Ray Kent y Scout Rover, ilustradas por Eugenio Zoppi y Luis Angel Domínguez respectivamente.

PANITRUCO
Por Javier Hildebrandt


Todavía faltaban unos años para que Dante Quinterno se probara por primera vez «los largos», pero para ese entonces ya había colaborado con dos de los dibujantes más destacados de principios de siglo XX: Diógenes Taborda y -luego de su fallecimiento- Arturo Lanteri. Es el creador de El Negro Raúl el que le da la primera oportunidad de publicar en solitario y, en 1924, aparecen algunas páginas de su autoría en la revista «Humorismo Porteño». Apenas un año después, «el pibe» Quinterno crea junto al guionista Carlos Leroy a su primer personaje con continuidad: Panitruco.

Publicada en las páginas de «El Suplemento», la historieta cuenta las desventuras de Panitruco Peñaloza, un clásico «niño bien» de la oligarquía porteña que sale en busca de sus primeras aventuras juveniles. En estas andanzas cobra un vital protagonismo la barra de amigos liderada por Agamenón Ventolino, que se aprovecha de la ingenuidad del protagonista y lo toma de «punto» en toda ocasión que se le presente. A estos embates se le suman los regaños que sufre de parte de su padre –gordo, pelado y fumador- y su madre, doña Bárbara Tomillo de Peñaloza. Este karma que Panitruco debe soportar en cada uno de sus episodios le hace proferir un invariable latiguillo (práctica bastante común en las historietas de la época): «¡Yo me voy a enfermar!».

Leroy y Quinterno desarrollan en esta tira un clásico humor costumbrista, con referencias permanentes a lugares de Buenos Aires y un uso generoso de términos lunfardos. Los personajes responden a estereotipos más o menos previsibles –el joven ingenuo, el porteño piola, el padre cascarrabias-, fórmula que el dibujante explotaría con gran éxito en sus siguientes creaciones. Con respecto al dibujo, vemos a un Quinterno primerizo, con un muy buen trabajo en los fondos y la ambientación pero bastante ligado aún al trazo de sus maestros.

Panitruco queda en la historia, entonces, como el primer hito de la prolífica carrera de Quinterno. Aquí se encuentran esbozadas gran parte de sus temáticas y personajes habituales, que irán creciendo en extensión y profundidad hasta conformar una de las obras más populares del Noveno Arte argentino.

SARGENTO KIRK
por Mariano Chinelli


Oesterheld dijo en un reportaje para la revista Siete Días, que la serie había nacido porque se necesitaba una historieta de cowboys para que dibujara el joven Hugo Pratt. Héctor -encargado del guión- pensó primero en un sargento argentino, pero se vio obligado a tener que ambientar la historia en el Far West, porque se consideró que la idea primigenia no era comercial. La serie arrancó a principios de 1953 en las páginas la revista Misterix.

Tanto guionista como dibujante se retroalimentaban con ideas y sugerencias –cosa poco habitual en aquel entonces-, pero ambos también era celosos sobre la documentación que empleaban para dotar de realismo y veracidad a la serie. Si bien el relato se ambientaba en el western estadounidense, se alejó de los estereotipos que el género mostraba por aquel entonces.

Un ejemplo muy claro de aquello es que el protagonista –un sargento del séptimo de caballería- deserta del ejército norteamericano, agobiado y renegando de su participación en la masacre de toda una tribu.

Así de peculiar es la historia del sargento, que Kirk termina viviendo entre los indios, y sus aventuras llevan al lector a descubrir que no todos los soldados de uniforme azul son buenos, y no todos los «salvajes» son malos. Además el protagonista sumaría durante sus aventuras a un grupo heterogéneo de amigos y compinches, con quienes las historias se enriquecen, aún cuando estos se asientan en el rancho de Cañadón Perdido.

En esta serie –el primer gran éxito de la dupla- podemos encontrar parte de los elementos que hicieron diferente a la historieta de Oesterheld, y allí también podemos ver la evolución del dibujo de Pratt, desde que la serie comenzó y hasta que culminó en 1957, siempre publicada en la revista Misterix y sus suplementos.

Recién nacida la editorial Frontera, Oesterheld publica nueve novelas del personaje. El éxito de estos «libritos» resultó fundamental para que luego surgieran las revistas Hora Cero, Frontera y el resto de las publicaciones y series de la editorial. En 1958 el Sargento Kirk volvería con nuevas aventuras, pero ahora en las páginas del suplemento Hora Cero Semanal y de la revista Frontera Extra. Siempre con guiones de Héctor. Lo recomenzaría dibujando Hugo Pratt y luego le seguirían en la labor Jorge Moliterni, Horacio Porreca y Gisela Dester.

Doce años después -en el verano de 1973- la revista Billiken publicó Oro Azteca, historieta donde se reviven las aventuras de Kirk y sus amigos. En esta ocasión el guión de Oesterheld fue dibujado por Gustavo Trigo, pero tras completar la historia con unas pocas entregas, el personaje no siguió más en la revista.

En Argentina es ínfimo lo que se ha reeditado del Sargento Kirk, mientras que en Europa pasó y aún pasa todo lo contrario.

SKORPIO
por Pablo Sapia


A principios de los años ’70 el panorama de la historieta argentina no era muy prometedor. Hacía una década que las revistas de Editorial Frontera, junto con sus dibujantes y su propuesta renovadora, habían desaparecido de los kioskos. La única editorial que seguía produciendo material original era Columba, con sus clásicas revistas El Tony, D’Artagnan, Intervalo y otras, que proponían una historieta (salvo honrosas excepciones) de guiones sencillos y mal dibujada.

En ese panorama aparece, en julio de 1974, la revista Skorpio. La propuesta renovadora de Editorial Récord, que tuvo éxito de público inmediato y multiplicó en pocos años los títulos de la editorial (Tit-Bits, Pif-Paf, Corto Maltés y Skorpio Extra) se basó en dos ideas básicas:

-El rescate de artistas que habían emigrado a Europa tras el cierre de la Editorial Frontera (Hugo Pratt, Solano López, Alberto Breccia.)

-La reventa del material producido a Europa, que permitió que los autores pudieran dedicarle más tiempo a su trabajo, elevando la calidad del mismo, marcando diferencia de trabajos de los mismos autores para otras editoriales.

Entre lo más sobresaliente de la producción de Skorpio podemos destacar la edición de Corto Maltés, y de Los Escorpiones del Desierto, ambas de Hugo Pratt, Nekrodamus, de Oesterheld y Lalia, Henga y Hor de Schnell – Navarro y Zanotto, Bárbara, de Ricardo Barreiro y Zanotto. Skorpio, por Oswal, Precinto 56, por Ray Collins y Lito Fernández, Yo, Ciborg de Alfredo Grassi y Lucho Olivera, El Condenado por Guillermo Saccomanno y de Mandrafina, Alvar Mayor, de Trillo y dibujos de Enrique Breccia, El Eternauta II de Oesterheld y Solano López, El Cobra, de Ray Collins y Arturo del Castillo y As de Pique de Ricardo Barreiro y Juan Giménez.

Dentro de la labor editorial de Récord, podemos destacar la reedición de gran cantidad de historietas de Oesterheld: El Eternauta, Mort Cinder, Sherlock Time, Ernie Pike, Ticonderoga, Patria Vieja, Watami, de Pratt: Wheeling, Ann y Dann, y la reedición de la obra de José Luis Salinas: Hernán el Corsario, El Libro de las Selvas Vírgenes, El último de los Mohicanos y Pimpinela Escarlata.

Skorpio fue la primer revista en incluir una sección de crítica y comentarios «El Club de la Historieta» por Trillo y Saccomanno. Su último número fue el 235 y se publicó en enero de 1996.

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