UN GORDITO BUENO PARA NADA
La compañía American Comics Group (ACG para los amigos) era, a finales de la década de 1950, una pequeña editorial de comics que venía de sobrevivir el impacto de la investigación del Senado yanki sobre los comic books y el gigantesco lio de distribución que había dejado el cierre de la American News Company (la distribuidora de revistas más grande de EEUU en esos años). Mientras otras editoriales estaban al borde del cierre (como la Atlas, antecesora de Marvel, o la EC Comics, que zafaba de la quiebra solamente porque había reconvertido a la MAD en una revista en blanco y negro) o directamente quebradas (como las editoriales Lev Gleason o Fox), la pequeña empresa (cuyos dueños eran Ben Sangor y Harry Donenfeld, quien era más conocido por ser además copropietario de otra editorial, una tal DC Comics) sobrevivía con un puñado de títulos. Para 1958 sacaba cuatro revistas: dos de comics románticos (Loverlorn y Romantic Adventures) y las otras dos de historias fantásticas, versiones post-Comics Code de las historias de terror que originalmente habían desencadenado la ira del público y creado toda la caza de brujas contra los comics. Una proeza nada menor, si tenemos en cuenta que el titulo más longevo de la editorial, Adventures into the Unknown, había sido el primer “comic book” dedicado al terror en 1948. Que ambos comics sobrevivieran a la implementación del Comics Code tuvo mucho que ver con la habilidad del editor y único guionista de la editorial, Richard Hughes.
Hughes trabajaba en ACG desde el comienzo, cuando todavía era apenas un estudio que armaba comics para otras editoriales. Para 1958 era todo un veterano del mundillo del comic y manejaba las revistas de la pequeña editorial con aplomo y sensatez. Frente a las rígidas prohibiciones del Comics Code, Hughes –que por cierto ya estaba él mismo bastante cansado del exceso de gore y violencia en el comic de terror- convirtió a Adventures… y su título gemelo, Forbidden Worlds, en recipientes de pequeñas historias fantásticas en el molde de la Dimension Desconocida, en las que gente normal se encontraba con hechos extraordinarios o fantásticos y los resolvían con ingenio. Ademas el tono perpetuo de “tongue in cheek” de Hughes en las historias, hacía que los lectores las tomaran con una pizca de sal, alejadas de la seriedad un poco pomposa de títulos similares como la House of Mystery de DC. Si a eso le sumamos que su elenco de dibujantes estables lo componían tipos capaces de dibujar tanto de forma realista como “cartoony” (gente como Kurt Schaffenberger o Pete Constanza, ambos provenientes de la Fawcett del Capitán Marvel y, paralelamente, dibujaban algunas de las historias de la Superman Family para Mort Weisinger), teníamos unas revistas muy agradables de leer, dotadas de un tono subterráneamente subversivo para los jóvenes lectores. Nada mal para una editorial tan chica.
Pero nada hacía presagiar que en ese año, la ACG le daría al mundo uno de los superhéroes más poderosos y bizarros de la Historia. Uno que se ganaría una reputación de culto entre aquellos que leyeron sus aventuras. Herbie Popnecker, el personaje más poderoso de este lado del Spectre, aparecía en las páginas de Forbidden Worlds nº73, de Agosto de 1958, para así empezar su fabulosa carrera.
“¿¿¿Quién???” debe ser la respuesta de la mayoría de los lectores.
Y es una pregunta válida. Porque si hay algo a lo que NO se parece Herbie es a un superhéroe. Es un adolescente gordo, apocado, de lentes, impasible, propenso a no mover el culo si no lo necesita, que habla poco y ni siquiera gramaticalmente bien, casi como si mandara telegramas en vez de oraciones y cuyo único vicio son los chupetines. Todo lo menos parecido a esos héroes modélicos para la juventud que DC empezaba a traer de vuelta en esos años. Todo lo que los Estados Unidos de Dwight Eisenhower le pedían a la juventud americana: jóvenes activos, triunfadores, listos para enfrentar la vida. Herbie era un loser, un “little fat nothing”, un gordito bueno para nada, como no se cansaba de repetir el padre de Herbie, Pinkus Popnecker, quien desesperaba de ese chico tan contrario a lo que él esperaba de su progenie.
Pero claro, tras esa facha de loser hay algo muuuy diferente.
Tal vez convenga contar un poco esa primera historia, que va a ser el molde a partir del cual se articularán los relatos que sigan. Todo comienza en una reunión de padres donde un orador dice que “los niños de hoy serán los líderes del mañana” y que por eso se necesita criar “hombres de acción”. Y claro, el padre de Herbie mira a su hijo y no cree que vaya a ser un líder de nada. Así que el sábado a la tarde lo obliga a salir a la calle a tomar sol y a hacer algo. Y Herbie sale caminando, se mete en el zoológico, habla con el tigre. Repito: Habla con el tigre. Este, cansado de que lo molesten ahí encerrado, intenta escaparse de su jaula, Herbie lo toma de la cola y lo vuelve a meter adentro. Le dice que se deje de joder, o iba a tener que pegarle de verdad. Y el tigre le obedece. Luego Herbie escucha que un avión que transporta a un senador ha caido al mar. Lo sale a buscar caminando en el aire, lo encuentra, le dice dónde están las bengalas en el avión, hace que las arroje para que sea rescatado y se va. En el camino se topa con una invasión extraterrestre y la detiene él solito sin sudar. Al volver a la casa, el padre le pregunta donde estuvo. “Por ahí”, le responde. “¿Y qué hiciste?” “Nada… Caminé un poco y me volví a casa. Fue una tarde de sábado tranquila” responde Herbie. Fin.
La historia no pretendía ser más que una de las muchas de las historias fantásticas de la revista. Pero el personaje quedó dando vueltas en la cabeza de Hughes. (el lunes, la segunda parte)
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